Jorge Alberto Gudiño Hernández
08/11/2014 - 12:02 am
Contar historias
Cada que el avión inicia su descenso y me va mostrando, a través de las ventanillas, hileras de casas, edificios enormes o simples puntitos luminosos, no puedo evitar preguntarme quién vive ahí. Y esa pregunta desencadena muchas más. Las mismas que llegan cuando, a lo largo de una carretera bastante transitada, volteo hacia los lados […]
Cada que el avión inicia su descenso y me va mostrando, a través de las ventanillas, hileras de casas, edificios enormes o simples puntitos luminosos, no puedo evitar preguntarme quién vive ahí. Y esa pregunta desencadena muchas más. Las mismas que llegan cuando, a lo largo de una carretera bastante transitada, volteo hacia los lados para toparme con fraccionamientos plagados por millares de casitas idénticas que se suceden a lo largo de interminables calles que desconozco.
En el último mes he tenido oportunidad de hacer varios viajes. Todos, relacionados con cuestiones literarias: un avión a la Feria del libro de Hermosillo, una camioneta rumbo al Hay Festival de Xalapa, mi propio vehículo con dirección a un par de charlas en Querétaro. Y en los tres recorridos, las mismas preguntas.
Supongo que mi primera reacción es abrumarme. No por el consabido argumento de ser un simple ser humano en un mundo sobrepoblado. No por la angustia existencial que me orilla a preguntarme qué me diferencia de los otros, cómo trascender esa vastedad ontológica multiplicada por doquier, cómo hacerle para convertirme en individuo en medio de tantos y tantos. No, si me abrumo es porque quiero conocer las historias que se viven dentro de cada uno de esos departamentos.
Es entonces cuando se multiplican las preguntas: ¿a qué se dedican?, ¿cuál es su historia familiar?, ¿de qué color es la mirada que recibe una buena noticia?, ¿cómo aparecen las arrugas que acompañan a la tragedia? Todas son producto de la curiosidad. Soy metiche a más no poder. Me encanta que me cuenten historias. Y resulta imposible conocer todas esas posibilidades. Por eso me siento minúsculo mientras transito al lado, a la distancia, cuando sobrevuelo la ciudad.
Luego llega una serie de preguntas más complicadas que pueden sintetizarse en una misma línea: ¿por qué a ellos y no a otros? Alguno tuvo un accidente por cruzar la calle en un mal momento, otro ganó un premio que nunca podrá cobrar, uno más acaba de perder al amor de su vida por un descuido insignificante. ¿Por qué eso le pasó a tres personas determinadas y no a cualquiera de los otros habitantes en ese mundo en el que se aglutinan millones de historias?
Claro está que no tengo respuestas. Es imposible abarcar el universo que se despliega en cuanto uno gira la vista. Tal vez por eso leo y escribo historias, porque soy incapaz de conocerlas todas. Porque sé que, al final del día, me encierro en mi mundo, con mi familia, sin más remedio que vivir la que me toca y quedo a la espera de que alguien más se pregunte qué es lo que sucede dentro de mi casa.
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